Pilar

LA HORA DE LOS GRILLOS El aroma a café me despierta. En la penumbra, los objetos se reflejan borrosos en el espejo; también mi imagen marchita. ¿Quién soy? Negás la realidad, diagnosticó la porteña, psicólogo en un pasado mejor; odiás tu vida, lo que sos. Puede. Pero, cómo romper la dinámica. Adónde volver. En el pasillo reptan zapatillas perezosas, oigo bostezos, voces roncas de alcohol y humo. Juro que será la última vez; abandonaré esta casa, bulliciosa a la hora negra de los grillos, sosegada cuando la mano pálida del alba apaga las estrellas. En la mesilla, los euros golosos me eclipsan la intención. Quizá mañana. FIN
Pilar

HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPARE. Mientras recojo mi destino del frío suelo de la cocina, la tos cavernosa me sacude. No sé si tiemblo por ella o del terror que me produce el sobre con el nombre de la clínica en letras azules. Su sentencia. Pero me resisto a apagar el cigarrillo. Miro la carta sin verla, sin abrirla. -Es para el vecino del primero. Se han equivocado al meterla en el buzón- mi mujer, hosca, me la arrebata. Me mira disgustada y añade -: Pero tú... A lo tuyo. Suspiro aliviado, aunque sigo temblando. Lo veo en la mano, al llevarme el pitillo a la boca. FIN
Pilar

ACECHANZA El hombre luce una inquietante sonrisa mientras cruza la calle apresuradamente. Se acomoda en un banco del parque, el que está frente a los columpios a resguardo de un arbusto con florecillas blancas. Se ajusta los vuelos de la gabardina en torno a las piernas. Se flota las manos mórbidas, como enjabonándoselas. Ya se escuchan las risas, la algarabía de los niños acercándose. El hombre de la inquietante sonrisa babea y se relame los labios lascivos. FIN
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