Pilar
CUALQUIER DÍA ES NAVIDAD
 La mujer del retrato sonríe pletórica de vida; contrasta la mirada radiante con la vacuidad que muestran ahora sus ojos. En muy pocos años la enfermedad se ha apoderado de Nieves condenándola a una decadencia temprana, a la aislante ausencia. Federico no soporta verla así. Odia su gesto bobalicón, el hilillo de saliva que, a veces, se le escurre por la boca torcida, el abrir y cerrar espasmódico de las manos que antes fueron resueltas y vehementes de día, acariciadoras y apasionadas de noche. Lo odia tanto como se aborrece a sí mismo por detestarlo. No sabe cómo tratarla, no asume que cada vez más frecuentemente no le reconozca, que le mire y le hable como si él fuese un extraño. Llevado de la desesperación, en ocasiones fantasea con la idea de acabar con todo; la medicación que toma conlleva riesgos si se excede de la dosis; sería tan sencillo… Huye Federico de casa a la menor oportunidad, se deja llevar por los pasos que no llevan a ninguna parte, por el deambular del hombre abatido que no espera nada. Ya no. Suele recalar en el parque, en cualquier banco, y deja que el tiempo se le escape sin hacer otra cosa que dejarlo correr. Envidia a las parejas canosas que pasean del brazo, o que empujan el carrito del nieto, o que lo vigilan mientras juega o se columpia; actos sencillos, cotidianos de los que él no puede disfrutar. Ni siquiera se percata de que la primavera ya templa el aire, que ya colorea parterres y terrazas, que hermosea en tiernos verdes los árboles de jardines y calles. Cuando regresa lo hace con temor, con la incertidumbre de si ella habrá hecho algún desmán, si habrá burlado la vigilancia de la chica que la cuida por unas horas. Hoy la encuentra sentada en el suelo, rodeada de cajas, lazos, tiras de espumillón, de guirnaldas y bolas de colores; feliz como una niña, se afana en amontonar pastorcillos y ovejas, a San José, un camello, las lavanderas y soldados de Herodes. -Ya es Navidad- dice y tararea un villancico. Por la mente de Federico pasa como una centella la imagen de la medicina liberadora. Nieves le sonríe mientras canta y le ofrece una estrella dorada. Él, resignado, le sigue la corriente. Al fin y al cabo, piensa, la Navidad es lo que tiene, hace que nos sintamos generosos. FIN
Pilar

JUAN ARTERO, DIRECTOR Rutinariamente, intercambio sus pulseras identificativas, y ya veo la placa dorada con mi nombre grabado; también la noticia, seguro que mañana los medios de comunicación, ¡menudos son!, airearán el lamentable suceso. Por error extirpan el apéndice a un paciente de traumatología. “Uno más de la larga lista de irregularidades que se cometen habitualmente en la Clínica Óptima”. Relee satisfecho el titular y la entradilla publicados la semana anterior. A estas alturas, mejor deberían llamarla “Deplorable”, piensa Artero divertido; después, se enfrasca en repasar el listado de admisiones. FIN