Pilar


                                  





AROMAS NAVIDEÑOS


Las vacaciones habían llegado con el sonsonete de los niños de San Ildefonso: veinticinco miiiiil pesetaaas. Resonaba en todos los aparatos de radio, trepando desde la calle y por el patio, colándose por las ventanas abiertas. Me gustaba escucharlo en la cama, sin la obligación de madrugar para ir al colegio.
Mamá trajinaba; arriba, niñas, que hay mucho que hacer, nos avivaba desde el pasillo.
La casa de la abuela Tarsila se llenaba de bullicio cuando llegábamos, con los tíos, las primas, vecinas que entraban para saludar. Ella lo tenía ya todo organizado: las cajas con las figuritas para montar el belén, manteles y vajillas para preparar las mesas…
Mi Navidad de entonces olía a leña en la chimenea, a fogones con ollas y cazuelas bullendo con la sopa de almendras, la lombarda con manzana y piñones, al pollo en pepitoria. Al ajo que frotaban en las fuentes de la ensalada de escarola con granada y gajos de naranja.
Y sonaba a campanas llamando a misa del gallo, a villancicos de zambomba y pandereta. Al volver de la iglesia la abuela Tarsila nos ponía en fila y nos daba unos besos prietos, el aguinaldo y también una copita de quina. Para los mayores quedaban la botella de anís “La Asturiana” el 103, ponche Soto y Sidra el Gaitero. 
Hemos procurado mantener esas tradiciones y aunque las modas gastronómicas han variado, en mi familia seguimos preparando el  “menú degustación de la abuelita menuda” con las recetas que de ella heredamos. Pero nada sabe igual.

FIN

   


Pilar







EL SACOIME 

Yo vivía en un concejo marinero, en Asturias. No recuerdo quien determinó las reglas; imagino que sería el Rufi, era el mayor y el resto de los rapaces le teníamos respeto. Nos poníamos en fila y echábamos a pies para formar equipo; luego, uno a uno, metíamos la mano en el Sacoime y cogíamos las papeletas. Algunas estaban medio rotas de tanto sobarlas; como ya nos sabíamos de memoria las pruebas, no nos daba más.
Por ser el pequeño de la cuadrilla nadie quería cargar conmigo y me dejaban él último. El Rufi me elegía, me tenía un aprecio especial, sospecho que a causa de Marita, mi hermana; le gustaba y no perdía ocasión de pasar por la casa con la excusa de buscarme. 
A las chapas no era yo muy ducho, ni al burro, que enseguida me derrengaba; al balón prisionero no había quien me ganase, era tan chiquenino que lograba escabullirme sin que me alcanzasen. Pero cuando sacaba del Socaime la papeleta para ver quién llegaba más lejos con la meada, ahí yo era el rey.
Hace años que vivo en la capital, aunque en los pueblos ya se sabe, te cuelgan un mote y lo arrastras de por vida. Soy Mateo “mealejos”.

                                                                                   FIN


Pilar




              LA VENTANA


Aunque soy un frío trozo de aluminio y cristal, echo de menos a Alicia. Ella pasaba muchos ratos asomada mirando la calle, el ajetreo de los repartidores por la mañana, el bullicio de los niños a la vuelta del colegio, el ir y venir de los paseantes de perros por la noche.
Alicia acostumbraba a hablar en voz alta, seguramente para disfrazar el silencio que había en la casa. Abría puertas y cajones y acariciaba los manteles de hilo, las tacitas de porcelana china, los candelabros de plata, y cada pieza le transportaba a un recuerdo, a momentos agradables de su infancia y adolescencia. La necesidad de desprenderse de esos objetos fue como arrancarle pedazos de su vida y con cada pedazo se iba consumiendo.
En cierto modo me siento culpable por haber sido el medio que ella ha elegido para poner fin a la farsa que interpretaba, a su desesperación. No le quedaba nada a lo que agarrarse, ni siquiera su hijo; le adoraba y precisamente por tanto quererle deseaba evitarle disgustos. Se lo decía en la carta que escribió antes de…
Sonó el timbre, golpearon la puerta amenazando con descerrajarla si no abría.
Alicia guardó la carta en el bolsillo del pijama se sentó en mi alfeizar, cerró los ojos y se dejó caer.
El salón se llenó de gente: todos gritando, recorriendo las habitaciones buscándola.  Cuando alguien dio la voz de alarma se empujaban para asomarse a mirar la acera.
Se fueron, por fin se fueron. El silencio pesa en la casa más vacía que nunca y ni siquiera tengo el consuelo de escuchar los ruidos de la calle. Me han dejado cerrada.


                                                                       FIN

Pilar





                                                  DÍA A DÍA

No es tan difícil pasar al otro lado. Cuando tu vida está regida por la rutina: trabajo, familia, salud… parece impensable que todo eso pueda dar un vuelco y mandarte a ese otro lado oscuro.  
No, no es tan difícil; a veces las circunstancias se confabulan para desbaratarte la vida, una vida cómoda, institucionalizada que por causas ajenas a tu voluntad se trastorna. Mi caso no fue nada especial; el desplome de la economía, el despido, esa edad intermedia, difícil para reintegrarte al mundo laboral, la depresión… La puntilla vino de mano de mi pareja y a mí alrededor todo se desmoronó.
Tres años llevo en la calle. Paso el día a la puerta del mercado de Barceló; me gusta más el de mi antiguo barrio: San Antón; a ese no puedo acercarme, lo remodelaron y hay restaurantes, bares y locales con especialidades, pero siguen muchos de los puestos tradicionales; me conocen porque yo era cliente. Tampoco me apetece darme de bruces con mi ex; él sigue viviendo por allí.
Volviendo al mercado, el de Barceló también lo modernizaron y está feísimo; claro que eso a mí me da lo mismo yo me instalo a la puerta y no me puedo quejar porque la gente es bastante agradable, hasta tengo clientes fijas, les llevo las bolsas, guardo la vez, cuido al perro mientras compran… Los comerciantes también me conocen, y les echo una mano en lo que se tercia, a cambio me dan comida, incluso, a veces, algunas monedas. Las noches que hace mucho frío la frutera me deja dormir en su puesto.  
No sé que más puedo contarle. Bueno, si quiere, anécdotas todas; conozco vida y milagros de muchos parroquianos. Y lo hago porque es para la gaceta del barrio, pero fotos no, si acaso de espaldas con el mercado al fondo. Y no ponga que es feísimo. Ni mi nombre, ¡eso ni en broma!
¿Qué, jefe, hace, un cafétito y seguimos hablando?

                                                                  FIN



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LOS VECINOS DEL BAJO


Lo he visto todo a través de la ventana, la tenían abierta. Marcelo y Sara viven en el bajo y yo enfrente, en el primero. Es una pareja agradable, de mediana edad, de esas que cuando pasa un drama así nadie se explica porqué. Yo sospechaba la causa: celos, ignoro si justificados.  Él era muy galante y siempre tenía un requiebro una sonrisa cortes cuando nos cruzábamos. Y la verdad es que entre la pareja no era la primera vez que oía reproches y presenciaba empujones y cachetes; no me gusta entrometerme y nunca he dicho nada. 
Anoche la mesa que tienen debajo de la ventana estaba preparada para la cena, un mantel de cuadros azules y blancos, los platos de duralex, una barra de pan y la jarra con agua. Marcelo parece que llegaba más tarde de lo habitual porque Sara le recibió con malas maneras. La discusión no sé como ha empezado; me he asomado al escuchar un portazo y voces. La mujer le acusaba de engañarla, que por eso llegaba tarde, que la ropa le olía a perfume. Él parece que quería contemporizar y calmarla, pero ella cada vez estaba más desquiciada. Marcelo ha hecho intención de salir del saloncito y ella gritaba: de aquí no sales.
Coger la jarra y estampársela en la cabeza ha sido visto y visto.  Él se cae como un saco y Sara, con el impulso y supongo que por el agua derramada, resbala y se golpeó en la nuca con el borde de la mesa.
Y eso es todo lo que le puedo contar, señor comisario. ¡Una tragedia, quién lo iba a pensar, tan agradables que parecían!

FIN

Pilar






REFLEXIÓN



Yo había olvidado lo que era el amor.

Su rostro triste me hirió como el filo de un cuchillo.

Aquella mirada húmeda suya, cayendo en perlas 

saladas, borró mis dudas. 

Me arrodillé y le pedí perdón. 


FIN
Pilar

Autor del cuadro: Kotxetxeart



                                                          EN BOCA CERRADA...

Dos años ya. Nunca pensamos que el destierro pudiera ser tan largo y tan monótono. El asteroide X13 es bastante diferente de nuestro planeta y la falta de luz natural hace imposible la vegetación. Más que la comida sintética y la posibilidad de entablar alguna relación social eso es lo que más añoramos: los bosques, el mar, tumbarse al sol… esas maravillas naturales que teníamos en la querida Atlantis. 
Precisamente ser tan patriotas y para salvaguardar nuestra forma de vida de ataques externos, es lo que nos llevó a convertirnos en agentes secretos. La filtración de que se nos acusaba no había salido de nuestra boca. ¡Impensable! Siempre habíamos sido discretos comportándonos como una pareja corriente, un trabajo “tapadera” rutinario, una casita sencilla, el perro… ¡Pobre Orión!, está deprimido, todavía busca árbol donde poder mear, no se acostumbra a ese cubículo que le fumiga y le rocía con desinfectante. Y es que no es grato vivir entre robots y androides que nos controlan constantemente. 
Todavía nos preguntamos para qué la cremallera, si no tenemos con quién hablar…

                                                                       FIN 


Pilar






PERDIDA EN EL OLVIDO


Sus arrugas cuentan historias que el otoño de sus sienes mantiene

prisioneras.


FIN


Pilar







UNA OPORTUNIDAD

Pedro  tiene un ojo a la virulé. Le ha echado un ojo, el bueno, a 

Juanita y piensa solicitar un kiosco para vender cupones; seguro 

que se lo concede, como ya no ve nada…


FIN


Pilar


DOS CARAS


Seis minutos fueron suficientes para hacerse inseparables. Tras la sorpresa inicial de Irene al destapar la caja, vinieron los gritos de júbilo; había deseado tanto tener un gatito… 
El minino, un ovillo blanco, permanecía encogido en un rincón, asustado por el palmoteo y las voces nerviosas de la pequeña. No se atrevía a tocarle todavía, temerosa de hacerle daño o que se le pudiese escapar.
Gracias, papi. Gracias, gracias, repetía Irene, abrazada a mis piernas. Se le salaban las lágrimas de feliz y emocionaba que estaba.  Yo no podía hablar y también lloraba: la alergia me estaba matando.


                                                           FIN
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Pilar



Juana es de andalucía

toda gracia y simpatía.


Baila y canta bulerías


y se alimenta de "olés"


La Juana de mis amores.




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VACACIONES REDONDAS


El hotel y la brillante alfombra tostada, que era la playa, forman un todo. Desde la terraza de la habitación la vista se pierde en las aguas caribeñas. Al fondo la excesiva vegetación brilla con una sinfonía de verdes. Esa lámina, sacada de una revista de viajes, ha estado colgada en mi salita durante dos años. Mes a mes he ido ahorrando para poder hacer realidad mi sueño: diez días en Cuba.
Me he sacrificado sin ir al cine, sin comprarme ropa, matándome en la oficina. Soportando al cabrón de mi jefe, un tirano, un ogro… Toda la oficina le tiene pánico a don Severino; jamás pronuncia una palabra amable, no reconoce el trabajo bien hecho. Nadie se atreve a pedir un permiso, ¿Y un aumento? Ni soñando. Como en su casa sea igual de seco y de borde compadezco a su mujer y sus hijos.
Pero por diez días no quiero pensar en nada más que en disfrutar de las excursiones, de las actividades del hotel, tirarme en esa arena tostada, gozar con el agua, los mojitos…
Las noches huelen a diversión y sexo. Los locales bullen de actividad, de risas y música.
Es tarde cuando regreso al hotel, cansada de bailar.  Mientras espero al ascensor, en el vestíbulo escucho una voz que me suena familiar. ¡No puedo creerlo!
¿Don Severino abrazando a una mulata imponente que podría ser su hija?
Al día siguiente vuelvo a verlo. ¿Pero es mi jefe ese hombre con una camisa estampada con peces de colores, bermudas y descalzo que baila salsa en la terraza del hotel? En la mano lleva una copa, con sombrillita y todo. Sigue con la misma moza y me dedico a inmortalizar con mi móvil todos sus movimientos. Un reportaje en toda regla. Para que no falte nada le pido a un camarero que me haga un video: yo en primer plano y por detrás, tirado en la arena, don Severino retozando. No se esconde, ni disimula; se nota que está feliz, sonriente, dicharachero… Quién diría que es el mismo ogro de la oficina; parece que se hubiera sacudido de encima el mal carácter y diez años también.
Se terminan las vacaciones, ¡pero qué redondas han sido! Me parece que de aquí en adelante no necesitaré ahorrar para repetirlas; seguro que voy a ascender en la oficina y con un sueldo acorde a mi experiencia y conocimientos.


                                                                       FIN