Pilar

LA LLAMADA DE LA VIDA El rugido del mar embravecido salva el muro que me rodea imponiéndose al silencio que entolda, habitualmente, el recinto monacal. Cierro el breviario incapaz de centrarme en la obligada lectura; aspiro el viento salobre que me hace evocar el azul Mediterráneo, su belleza lujuriosa... Siento que ya le he perdonado. La apremiante necesidad de contemplarlo me empuja a abandonar lo que desde hace dos años es mi mundo; lo elegí libre, conscientemente, a sabiendas de qué me exigía, qué dejaba: un paisaje ocre, olor a algas y alquitrán, tempestad traicionera, aguacero encrespado lacerando barcas pesqueras, la cristalera empañada de una cafetería con aroma a chocolate… Y la espera infructuosa, y la brutal noticia, y el llanto, y el luto. Los días desolados alcanzaron el invierno que trajo, en sus manos escarchadas, mi decisión de profesar en clausura. He sido una novicia sumisa y, hasta esta noche, no pretendía más que armonía, paz interior. Algo se ha rebelado en mí; me descubro incompleta y anhelo compartir el amor más allá de la mera espiritualidad. Mantengo a raya un deseo que el mar frustró: ser madre, darme a alguien físico y tangible, derramar la ternura que albergo. ¡Qué mejor que un hijo para hacerlo realidad! Puedo retomar mi vida, volver a la docencia, a enamorarme… También, de nuevo, sentirme defraudada, atormentada con tanta incertidumbre que impera más allá de estos muros protectores. Pero veo con claridad que es una cobardía esconderse tras ellos, enterrar mi dolor laborando una huerta, mi lozanía entre las páginas de un devocionario, mis inquietudes y anhelos bajo llave en lo más recóndito de mi mente. Ahora me siento con fuerzas renovadas para arrostrar lo negativo. Y hay tanto positivo… Reverenda Madre Superiora: Le extrañará mi marcha tan intempestiva, tan insospechada, pero anoche escuche el mar, percibí su aroma y sentí su llamada. Antaño me arrebató el amor, me apartó del mundo, hoy me instiga a volver a él. FIN