Pilar
                                                                   INMARCESIBLE

Siento que ya no le amo. Lo siento aunque me resista a admitirlo. Ya no me divierten sus chanzas ni esos gestos tan cómicos que le gusta hacer y que me parecen fuera de lugar, ridículos con su edad. Tampoco me interesan sus comentarios mil veces escuchados, suenan a retahíla, a discurso manido. Ni siquiera nuestra palabra talismán me conmueve: “inmarcesible” lo que no puede marchitarse; la descubrimos en un poema, de esos románticos que leíamos de novios y la hicimos nuestra, la adoptamos y la aplicamos a nuestro amor, ese amor que ahora está de lo más mustio; casi cincuenta años juntos han cumplido la fecha de caducidad. No recuerdo desde cuando no nos besamos; sus labios que me embriagaban… ¡lástima! 
¿Y tocarme? ¿Qué ha sido de aquellas mágicas manos que me electrizaban sólo con rozarme?  Parece que las entrañas se me repliegan sólo de pensarlo.
Es triste, muy doloroso ser consciente de que ya apenas queda nada más que costumbre, intereses económicos, acomodaticios. Me reprocho ser tan cínica y me preguntó por qué entonces sigo junto a él, si esas ataduras se pueden quebrantar; lo sopeso y llego a la conclusión de que, aunque ciertamente no le amo, sí le quiero y hay algo perdurable entre nosotros: el significado de nuestra palabra fetiche inmarcesible, porque los recuerdos, los buenos momentos siguen frescos, inmarchitables.

                                                                                   FIN