DEPREDADOR
Acechar a las víctimas constituye un
placer especial, casi más que el desenlace. Las elijo al azar: no son mejor ni
peor, ni más joven o atractiva que otras, simplemente se cruzan en mi camino y
las escojo.
La luna, rotunda y clara, marca la fecha
para pasar a la acción.
Ella sale y echa a andar por la calle
solitaria. Se para y presta atención al sonido que mis pasos hacen en la acera.
Me detengo, pero la sombra proyectada en el suelo me delata. Alarmada, corre y
la alcanzo al doblar la esquina. Me mira sabiendo que su vida está en mis
manos. No me convencen sus súplicas, las lágrimas, el terror en los ojos… Como un
cepo en torno a su garganta, mis dedos ahogan el grito.
Ha sido rápido, demasiado. Mañana volveré
al deleite de seleccionar, de seguir, vigilar movimientos y costumbres… tengo
tiempo hasta la siguiente luna.
FIN