Pilar

 




       CUANDO TE LEVANTES POR LA MAÑANA, PIENSA EN... 

Estrenar el día, embriagándote de olor a vida para despertar anhelos nuevos y atesorar momentos.

             





Pilar






CONFIDENCIAS AL CALOR DEL BRASERO


La abuela Tarsila vive de recuerdos. Se acomoda en el sillón orejero, en el rincón más acogedor del saloncito con la mesa camilla y el brasero, achica los ojillos y empieza a hablar.
Era yo una cría y ya por entonces se organizaba una fiesta para celebrar la recogida de la aceituna, como ahora, pero sin tanto jolgorio, nos ha contado hoy. Íbamos a misa y luego a una merienda en la era.
Yo tuve un pretendiente antes de vuestro abuelo Ginés: el Ulpiano, que era el hijo del boticario. Durante una de esas fiestas se me declaró. Intentó besarme, pero salí corriendo y se quedó allí plantado poniendo morritos. No le dije ni que si ni que no y así le tuve al retortero durante meses. No me decidía, era buen chico, pero no terminaba de hacerme tilín. Para colmo una mañana mi madre me mandó a la botica a recoger un tónico y le vi pasar por la rebotica. Llevaba una bata de cuadros y zapatillas de paño, debía estar algo malucho porque iba encorvado y tosía. Parecía un viejo. Me imaginé nuestra vida juntos y la idea me dio repelús.
Ni siquiera necesité desengañar al Ulpiano, porque entonces llegó al pueblo el abuelo Ginés y ya no tuve ojos más que para él.
Se ríe recordando; tiene una risa chisposa y pícara, menuda como es ella.
Venga, ya está bien de cháchara, que empieza el serial. No me lo puedo perder que hoy se va a descubrir quien es el padre de la niñera.

                                                              FIN

Pilar









UN REGALO INESPERADO


La soledad es mala consejera. Me empujaba a hacer tonterías: dejaba de tomar mis medicamentos de la tensión o de la ansiedad solo para provocarme una crisis y que Rosa, mi sobrina y único familiar, se acercase a verme, o a pasar algún fin de semana conmigo. Entonces se me curaban todos los males, salía a la compra y guisaba en lugar de alimentarme de sopas de sobre, croquetas congeladas, tortillas francesas y jamón de york. Hasta ponía flores en la mesa para alegrar la salita.  
Cuando Rosa me anunció que se casaba, un abismo se abrió a mis pies. Ya no tendría tiempo para mí, se terminarían los fines de semana juntas… Nada de eso sucedió, no se desentendió y ha seguido igual de atenta; también Alfonso, su marido, un hombre trabajador y cariñoso. 
Y cómo son las cosas, ahora es ella la que me necesita: todos los días cuido a Rosita, tiene once meses y ya empieza a dar pasitos; es un encanto de niña. 
No he vuelto a tomar pastillas para la ansiedad y hasta me ha bajado la tensión. La vida me ha hecho un regalo, un regalo inesperado y precioso. 

                                                       FIN








Pilar

 



AMBIGUEDAD

Jonás odiaba el río. Lo odiaba desde que el señor cura le contó aquella historia del pez.

En el pueblo algunos lo aseguraban, y que fue por entonces que empezó con los desvaríos; con frío o calor llevaba un impermeable amarillo, se negaba a comer pescado y hasta a lavarse o beber; ni siquiera mojaba los dedos en la benditera cuando entraba a la iglesia.

Por el contrario, otros decían que estaba fascinado por la torrentera, que le veían recorrer la ribera, pasar horas sesteando entre los juncos, o acechando el cauce con la mirada prendida del agua.  

Lo único cierto es que, a Jonás, el loco del pueblo, lo encontraron flotando en el río, mecido por la suave corriente mientras canturreaba una canción infantil. Llevaba su impermeable amarillo y un bañador verde con dibujos de peces.

 

                                                        FIN

 


Pilar

 

      


    VIRULENCIA

 

 Me apena mirar mi calendario. Es un regalo de Navidad que espero con impaciencia; me lo hacen mis hijas con fotos y en él voy apuntando día a día mis actividades y horarios: Prado, 5/30. Salida TAF visita y comida. Fecha tope correcciones. Presentación “No todo es azar”. Oftalmólogo 11h.

En el mes de marzo la vida se paralizó y empecé a borrar anotaciones; no todas, quedaron el Pago impuesto de circulación, Declaración de la renta, Contribución de Palma… Para echarse a llorar.

El paréntesis a la monotonía del confinamiento lo marcaba el reloj, a las ocho, para aplaudir y saludar desde la ventana a gente con la que, después de años de vecindad sin ninguna relación, intercambiábamos nombres, saludos, recetas y ofertas de ayuda. El resto del día las horas se arrastraban perezosas y la apatía se adueñaba de mí; no encontraba alicientes, ni me centraba en nada, ni siquiera en leer. Me atracaba de series de la tele, algunas las había visto, pero me daba igual, tampoco ponía demasiado interés; estaba bastante “espesa”. Para colmo al ordenador también le atacó un virus y resultaba imposible llevarlo a arreglar.

Y, por encima de todo ese sin sentido, el dolor de saber que algún allegado se había infectado, que no podías estar con la familia, con los compañeros, que algunos amigos pasaban por un mal trance y era imposible acompañarlos. Sí, quedaba el teléfono, los mensajes, las video conferencias, pero faltaban el abrazo, los besos…

Y la incertidumbre, la preocupación. ¡Y las noticias! Cada noticia un cabreo. La única divertida era ver esos carros rebosantes de papel higiénico. ¡Qué locura! Para qué tantos. Yo compro paquetes de doce y siempre tengo de repuesto. O no. Resultó que mucho reírme de los demás y a mí solo me quedaban dos rollos. Menos mal que tengo bidet porque terminé con las servilletas de papel, con el de cocina…

Han pasado los meses y mi querido calendario sigue sin apuntes. Bueno, queda uno: el pago del IBI en noviembre.

                                                                 FIN

 




Pilar







                           
OJALÁ QUE LLUEVA

Vivo en un edificio añejo, en el piso quince. Son apartamentos pequeños, con un alquiler asequible; la mayoría de vecinos somos gente joven, estudiantes y trabajadores con sueldos basura. El dueño del inmueble es un tacaño, no arregla nada; hay humedades, las cañerías se atascan… Tan roñoso es que tiene clausurado el ascensor y solo sube hasta la séptima planta; dice que los engranajes se desgastan y que el gasto de luz es excesivo.
Para remate tenemos un conserje que es un desastre: vago y bastante espeso; supongo que el casero le pagará una miseria, pero eso no quita para que haga su trabajo. La escalera, del séptimo hasta el quince, la barre de higos a brevas; no puedo subir andando, que tengo reuma, replica si alguien protesta. Solo sube arriba cuando llueve; ha encontrado un truco para poner en funcionamiento el ascensor. Que me ponen las escaleras perdidas y tengo que darme la paliza, refunfuña, así, al menos, solo hay que pasar la fregona en la cabina; ¡cómo si limpiase mucho otros días!
En vista de que la sequía es cada vez más pertinaz, los vecinos de los pisos altos hemos tenido una reunión para sobornarle; de momento no traga, pero si aumentamos la apuesta…

                                                         FIN


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CARUSO

Cuando llegó encontró la puerta abierta.  La jaula vacía. 
Garabato, enroscado en su cojín, ronroneaba satisfecho.
FIN

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MI AMIGO INVISIBLE


Le pregunté si podía quedarme con su canica; me gustaba la azul con rayas amarillas, la más gorda; rodaba muy bien y siempre ganaba a todas las demás. No quiso dármela. Se la cambiaba por cinco de las mías. Por ocho. Le daba hasta la de plata. No quiso. No es de plata, dijo. Entonces le empujé. Le empujé fuerte. Mucho.
Ahora juego solo. Y nunca saco la canica azul con rayas amarillas; a veces desaparece.

                                                         FIN

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NO SOMOS PERFECTAS


         Nuria estiró la colcha y acabó de recoger la habitación. No soporto su actitud de víctima, me crispa los nervios, murmuró.
De camino al baño se asomó al dormitorio de Silvia, estaba sentada en la cama, todavía en pijama, cabizbaja, como una niña enfurruñada. Cuando levantó la cabeza, las lágrimas le brillaban en las pestañas. Sabía que si la abrazada, el incipiente llanto se convertiría en un torrente. Era la historia de siempre, igual que cuando eran pequeñas.
­­­Tampoco es para ponerse así dijo pacificadora.
¿Acaso crees que tú eres perfecta?Silvia se enjugó la cara y pasó de estar abatida a estirarse retadora.
No, no lo soy, pero al menos lo intento. —Replicó Nuria— No es tanto pedir que seas más ordenada; con este apartamento tan pequeño es fundamental, llega un momento que no podemos ni movernos.
—Pues querida amiga, tu eres insoportable, una dictadora,  ocúpate de tus cosas y deja que yo me organice como quiera.
—¿Qué dices? Si para acostarte necesitas quitar antes medio armario que tienes por ahí tirado. Y por mí, que te coma la mierda en tu cuarto pero en el resto de la casa yo también estoy y no quiero vivir así.
Era la discusión diaria y no tenía solución. Después de tantos años seguían sin acostumbrarse a ciertos rasgos del carácter de cada una.
Terminaron de arreglarse empecinadas en un silencio incómodo, que rompió el reloj con ocho campanadas.
No se miraron mientras bajaban en el ascensor; al llegar a la calle Silvia, sin decir ni una palabra, echó a andar por el camino inverso al habitual. Apretó el paso y ni se molestó en despedirse.
No puedo con ella; está obsesionada con el orden y se pone de lo más borde, dando lecciones, siempre ha sido así desde que la conozco y con los años, empeora.
Cuando regresó del trabajo Nuria ya había llegado y trajinaba en la cocina.
—Silvia, llegas tarde, estaba preocupada.
—Lo siento. He pasado por la tienda del gourmet y he traído un poco de salmón, queso y ese paté tan bueno que te encanta.
Nos vamos a poner moradas porque yo he comprado bocaditos de nata y profiteroles.
—Qué ricos, ¡cómo me conoces!
—Y tú a mí —dijo Nuria guiñándole un ojo.

                                                  FIN






Pilar






DUROS MOMENTOS

La tarde está apagada. El viento doblega los árboles y juega con las hojas amarillas que alfombran la calle. Desde la ventana veo el parque; un mendigo pasa arrastrando los pies; camina mirando el suelo, pasito a paso con la parsimonia de alguien que no va ninguna parte, ni espera nada.
Ese hipnótico tic tac me machaca el cerebro. Una invisible tela de araña va enredando mis recuerdos con momentos vividos en otro tiempo, ese tiempo que es el peor de los ladrones y me ha arrebatado tanto…  El día no estaba completo hasta que él estaba a mi lado. Ahora todos los días son interminables.
Afortunado aquel que tiene tiempo para esperar. Yo no lo hago. Ya no.


                                                                     FIN

Pilar






CADA LOCO CON SU TEMA



En la planta alta se reunieron los más viejos; sube bebidas, Ismael, ordenó el hombre de larga barba blanca. No necesitaba tomar nota del pedido, se lo sabía de memoria: dos tilas, un poleo, una manzanilla y un té verde.
¡Menudas juergas se correr los abuelillos!, murmuraba Ismael cada tarde. Las juergas se alimentaban de momentos vividos en otro tiempo y él estaba harto de subir y bajar la escalera y de escucharlos.
Y es que sus arrugas contaban historias que unos y otros ya se contaron mil veces: el barrio o el pueblo de su infancia, la mili, las novias, el trabajo… Tras la euforia inicial de la jubilación, el tedio se fue adueñado de ellos y ahora se dedicaban a matar el tiempo antes de que él los matase. Lo intentaban con el paseo matinal, la partida de dominó y la charla.
Ismael también lo intentaba y se dedicaba a mirar el reloj, a contar las horas que le quedaban para irse a casa y ponerse las zapatillas. Él tampoco era joven.

En la planta baja se reunían los menos viejos, los más animosos. Durante la semana hacían manualidades, gimnasia de mantenimiento, talleres de pintura o creación literaria. Los sábados había baile. Asistían pocos hombre, pero eso no desanimaba a las mujeres y bailaban entre ellas. Ismael se encargaba de servir las bebidas; le gustaban los sábados, no tener que subir y bajar las escaleras, la música, las señoras tan arregladas y alegres. Ahora también él es viejo, y jubilado. Los sábados va a bailar y se toma un gim tonic. No ha vuelto a subir a la planta alta.

FIN