NO HAY MÁS SORDO QUE…
El candidato a la reelección subió al estrado, se colocó ante los micrófonos… Y se quedó en blanco.
Miró en derredor del inmenso recinto a las caras expectantes de correligionarios y periodistas, y se preguntó cómo era el discurso que llevaba semanas memorizando.
Se ajustó el nudo de la corbata de seda, los puños de la camisa celeste, y comprobó que los gemelos de oro estuviesen bien ajustados. Sudando, flaqueó y se apoyó en el atril buscando ayuda en los rostros benevolentes de los afiliados, entregados, que le contemplaban expectantes.
La presidenta consorte sonreía animándole; hasta le envió un beso furtivo, pero él seguía sin saber qué decir. La memoria le jugó una mala pasada y lanzó las mismas consignas de la campaña de cuatro años atrás. Habló y habló… Y salió airoso del trance.
Las promesas electorales, a los incondicionales asistentes, les sonaron a novedad.
FIN