DULCE INSISTENCIA
Llamó a mi puerta; llevaba en la mano una
tacita minúscula y, después de presentarse como mi vecino, me pidió una
cucharadita de azúcar. Volvió una y otra vez, y otra más… Me hacía gracia y me
conmovía su insistencia. Un día apareció con un bote de cristal enorme que
contenía todas las cucharaditas de azúcar que me pedía; yo, sorprendida, me
quedé sin habla. Él, ruborizado como un adolescente, me confesó que era
diabético. En ese momento me enamoré.