Pilar
BÚSQUEDA No sé porqué estoy aquí. Lo ignoro, pero continúo viniendo. La inquietud me sobrevino apenas emergí del sopor de la anestesia. No sabía de qué se trataba pero algo me inquietaba. La intervención ha sido un éxito, escuchaba decir a médicos, enfermeras y familiares. Es fuerte, se recuperará rápido, y es de esperar que sin problemas. Y así fue; No habían pasado quince días y ya estaba de vuelta a casa. Vivir solo y ser solterón tiene muchas ventajas aunque también inconvenientes, y mis hermanas se empeñaron en contratar a una mujer para que me cuidase. La odiaba. Me tenía secuestrado. Yo necesitaba salir, sentirme vivo, escapar para ir… ¿adónde? Ciertamente no lo sabía aunque sentía la urgencia de hacerlo. Y lo hice. Salía a la calle, me dejaba llevar y ya fuese a pie, en autobús o Metro, al cabo de un tiempo caí en la cuenta de que siempre terminaba en la misma zona: un parquecito con una fuentecilla cantarina en el centro y bancos de madera rodeando el perímetro; en las inmediaciones casas antiguas, señoriales, con miradores de forja en la fachada. Yo daba vueltas y me acomodaba cada vez en un banco, como probando algo aunque, indefectiblemente, acababa ocupando el que se situaba frente a un portal grande, con zaguán, y observaba quién entraba y salía. Han trascurrido varios meses infructuosos; el parque se colorea de ocres y siento que sea lo que fuere que busco, es una quimera. Me doy por vencido y me convenzo: será la última vez que vengo al parque. Me marcho derrotado, cabizbajo y en mi obcecación arrollo a alguien que sale del portal. Musito una disculpa sin apenas mirar. ─ No tiene importancia ─ asegura una voz femenina y al oírla siento como una descarga eléctrica que me paraliza. Encubierto tras las gafas ahumadas, la miro sin disimulo; es una mujer madura, atractiva a pesar de ir discretamente vestida, toda de negro. En la mano derecha lleva dos alianzas, una de ellas a todas luces de hombre, por el tamaño. Tiene los ojos tristes, pero su semblante es dulce. Se rebulle violenta por mi actitud y reanuda su camino. ─ Creo que tengo algo que le pertenece ─ digo al cabo. Mi declaración la detiene. Duda, pero al fin se vuelve. Yo me llevo la mano al pecho. Y ella me mira intrigada, sin comprender hasta que me golpeo el corazón. Entonces, aunque los ojos se le llenan de lágrimas, sonríe. FIN
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