Pilar

DÁDIVA CELESTE La madrugada, manto de estrellas y luna clara, se diluyó sigilosa para ver renacer la luz; horas demoradas, quemadas en abrazos apasionados y besos encendidos. De aquel encuentro quedó el hermoso recuerdo y el regalo de la simiente que meses después dio un fruto rosado, tierno y dulce. Le canto bajito, muy bajito. Es el pedacito de sol que vino a iluminar mis mañanas. Un trocito de luna que alumbra mis noches. El lucero rutilante que brilla en mi casa. Por eso apenas me atrevo a levantar la voz cuando le canto una nana. Acunándole, susurro su nombre con la cara escondida entre su carne nueva. Susurro porque los astros, celosos de los cachitos que han perdido, podrían bajar a arrebatármelo. Y es mío, sólo mío. Lo quiero únicamente para mí. FIN