Pilar






QUERIDO ABUELO


¡Qué desgracia de familia, son un desastre! Eran las palabras más suaves de mi abuelo. Hija, lo que yo me he sacrificado por ti para darte una educación esmerada, para que te codearas con gente importante y vas y te enamoras de un cantamañanas, un pintamonas con ínfulas de artista.  El abuelo continuaba hablando de sus tiempos, de la dura vida de entonces, del ahínco por abrirse camino…
Mi padre trabajaba en una imprenta y, efectivamente, su gran pasión era la pintura. Mamá le animaba, estaba segura de que algún día triunfaría.
Y llegó el día, casi de casualidad: en nuestro colegio se organizó un acto solidario y mis padres cedieron, entre otras cosas, un cuadro. La casualidad quiso que el tío de un compañero se interesase por el oleo y el autor. Nos dio una tarjeta y dijo que le gustaría hablar con mi padre. Resultó ser un galerista y le propuso participar en una muestra colectiva. Después todo pasó muy deprisa: exposiciones individuales, entrevistas, premios, viajes…
Aún así el abuelo no se daba por satisfecho, ahora su objetivo éramos mi hermano y yo; nunca lográbamos complacerle y nos afeaba todo: los amigos, la ropa, las diversiones, los amoríos, y especialmente los estudios. A pesar de su carácter tan hosco y tan negativo nos inculcaron el respeto a nuestros mayores, incluso a que le tuviésemos cariño, aunque no era fácil y procurábamos escaquearnos cuando él venía a casa.
¡Qué desgracia de familia me ha tocado! Se lamentaba con mamá. ¡Qué piensan hacer esos desastres que tienes por hijos! ¿Pretenden ganarse la vida haciendo garabatos o van a esperar durante años a ver si suena la flauta, como con el pintamonas de tu marido?
Ahora, algunas veces, se pasa por el prestigioso estudio de diseño publicitario que compartimos mi hermano y yo; se pavonea al entrar, saluda a la recepcionista y pasea por los despachos con aires de propietario. También, algunas veces, se le escapa y nos llama “desastre”; se da cuenta y lo echa a broma disimulando. Aunque no es fácil, nosotros no le replicamos, le tratamos con el respeto que nos inculcaron nuestros padres y le seguimos llamando abuelo. 

                                                                  FIN