Pilar




PARANOIA

Hace tiempo que sobrevivo alimentándome de momentos robados; de fragmentos de recuerdos, como fotogramas que pasan por mi cabeza sin ilación. Muchas de esas imágenes ni siquiera logro identificarlas: ¿quién será ese niño? ¿Dónde queda esa casa o aquel jardín? Tampoco consigo saber porqué me espían y me persiguen. ¿Y de quiénes son las voces que escucho sin cesar? Me atormentan sin dejarme descansar ni pensar con claridad. Pero al final lo identifiqué: era mi vecino; no paraba de poner música a todo volumen, de gritar, de fisgar por la mirilla, acecharme en la escalera, entrometerse si estoy bien, si necesito algo…  No he tenido más remedio que taparle la boca. ¡Se lo merecía!
Ahora me pregunto quién será la mujer que va a mi lado en este furgón blanco; la miro de reojo y lo que veo me agrada: su perfil correcto, la línea suave del cuello, el busto generoso…  mueve la cabeza y por entre la cofia se le escapan unos rizos del pelo que desprende un intenso perfume a flores. Mejor, porque el furgón huele a medicinas y no me gusta nada. Su ropa, inmaculada, también me agrada. Lástima que sea una perfecta desconocida, o puede que sea uno de los fotogramas…  Lo que no me gusta es que no para de hablar: que cómo me encuentro, que no me preocupe, que me van a cuidar... Y lo repite como una cotorra dislocada una vez y otra y otra… Lástima que las correas que me sujetan las manos me impidan taparle la bocaza. ¡Se lo merece!   

                                                                 FIN
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