Pilar
EL RECLAMO Aquellas manos que desde la distancia me hacían señas, de repente quedaron quietas. Deseaba con frenesí poder acariciar aquel cuerpo escultural, olerlo, sentir su carne que intuía prieta y sedosa. Crucé la calle olvidándome del tráfico, de las advertencias de los bienintencionados que me prevenían contra el peligro de morir atropellado. Solo tenía ojos para la bella seductora; a punto de alcanzarla, de nuevo me provocó; danzaba, se contorsionaba incitante y fascinadora al son de una música cadenciosa que me llegaba debilitada por el fragor callejero. Tan ensimismado en la visión iba, que choqué contra el cristal tras el que se hallaba la diosa. Trastabillé hasta quedar despatarrado en la acera, pero ella no se inmutó e insistió en los gestos, en las mismas señas que antes me hiciese. Entonces me fijé en el cartel: “Mírame y no me toques. Pon un holograma en tu vida”. FIN