Pilar
EL RECLAMO Aquellas manos que desde la distancia me hacían señas, de repente quedaron quietas. Deseaba con frenesí poder acariciar aquel cuerpo escultural, olerlo, sentir su carne que intuía prieta y sedosa. Crucé la calle olvidándome del tráfico, de las advertencias de los bienintencionados que me prevenían contra el peligro de morir atropellado. Solo tenía ojos para la bella seductora; a punto de alcanzarla, de nuevo me provocó; danzaba, se contorsionaba incitante y fascinadora al son de una música cadenciosa que me llegaba debilitada por el fragor callejero. Tan ensimismado en la visión iba, que choqué contra el cristal tras el que se hallaba la diosa. Trastabillé hasta quedar despatarrado en la acera, pero ella no se inmutó e insistió en los gestos, en las mismas señas que antes me hiciese. Entonces me fijé en el cartel: “Mírame y no me toques. Pon un holograma en tu vida”. FIN
Pilar
SIN PIES NI CABEZA Como no podía ser menos la invitación era tan extravagante como el anfitrión, y no me refiero únicamente a las ilustraciones gore: vísceras, sangre… lo típico; lo realmente estrafalario era el lema de la convocatoria a la fiesta de disfraces: Sin pies ni cabeza. ¿Y cómo coño se apaña alguien un disfraz con esa premisa? Me rompí la sesera ideando algo que pareciera una ameba, una estrella de mar un huevo, una nube o una ostra, por supuesto con concha y perla que siempre me ha gustado lucir glamuroso. Lo de la cabeza era más sencillo de resolver, venden unos ropones en las tiendas especializadas, pero los pies… con cualquiera de ellos tendría que ir arrastrándome, flotar o rodar y no estaba dispuesto a humillarme de ese modo frente al chiflado de mi amigo. Después de darle muchas vueltas encontré la solución: recurrí a mi amigo Alfredo. Es un artista, se dedica a fabricar máscaras, ropa y caracterizaciones de efectos especiales para el cine; tiene cantidad de ideas y la que me propuso me pareció genial, complicado de llevar a cabo, pero Alfredo puso a mi disposición todos los medios técnicos y humanos que precisaba. La verdad es que la noche iba a resultarme un tanto incómoda dadas las características del disfraz y me estaba costando un dineral, aunque con tal de dejar boquiabierto al anfitrión y sus invitados… Mi entrada en el salón prometía ser apoteósica: una tarima rodante forrada con algo parecido a césped y saliendo de él, yo, transformado en una enorme planta carnívora. Llegaba el día esperado, todo a punto… Y la gripe llamó a mi puerta. FIN