Pilar
EL DÍA QUE ME QUIERAS Yo no existía hasta que estreché su mano. No supe lo que era amor hasta que su mirada ambarina reparó en mí. Tampoco conocía el odio hasta que la vi en brazos de él, embaucador arrogante, depredador infatigable que levantó en torno a ella una cárcel con barrotes de halagos y palabrería hueca, por el mero afán de arrebatármela. Él no la quería. No como yo. Los engaños, traiciones y menosprecio la velaban el rostro, le hacían sufrir, la sonrisa se le congelaba en los labios pálidos, y languidecía. Después de cuatro días ha dejado de llover. Ya no importa. La sangre, con las primeras gotas, desapareció entre el barrizal y los charcos del solar baldío; lo he comprobado. El cielo sigue cubierto, ahora con una manta de nubes algodonosas que se derraman neviscas. El cuchillo quedó mezclado entre los cubiertos desordenados del cajón de la cocina, sin rastro de rojo viscoso la hoja filosa. Él sigue en el descampado, en un hoyo bien profundo, despanzurrado con los ojos vidriosos y la boca torcida. Pronto empezará a pudrirse. No me produce ninguna impresión. Ni remordimiento. Nada. Él se lo ha buscado. Le odiaba. Le odiaba tanto como la quiero a ella que, sentada a mi lado, se pregunta bajito, entre angustiada y liberada, si la habrá abandonado, si volverá, si… La abrazo protector; me embriago con el aroma suave de su pelo y la consuelo. La conforto y miento sin recato. Y espero. FIN