Pilar
DESDE EL OTRO LADO Me sentía vigilada. Una percepción errónea pues no había nadie; ningún rostro, ni siquiera enmarcado en un retrato, una fotografía. Nunca fui fetichista y adoraba los espacios despejados, casi minimalistas en la decoración; precisamente eso fue lo que me impulsó a alquilar el apartamento. Y no alcanzaba a saber qué era lo que tanto me alteraba, pero un hormigueo me subía por la espalda, me aprisionaba el estómago produciéndome nauseas. Hasta tal punto, que el reducido comedor donde la sensación era más intensa, llevaba meses sin cumplir su función; me negué a utilizar aquella pieza, incluso coloqué un pequeño cerrojo en la puerta y lo clausuré. Sólo lo abría para entrar a limpiar pues, además de la desazón que me producía ese “algo”, a veces en el ambiente flotaba un desagradable olor a flores marchitas, a agua estancada que me obligaba a terminar rápido y salir corriendo. De seguir con semejante paranoia estaba resuelta a liquidar el contrato y buscar otra vivienda. Fue en una de esas ocasiones, limpiando el espejo, que vi claramente rostros reflejados en él. Mejor dicho, no exactamente reflejados sino dentro, como impresos en el cristal. Eran caras lívidas, de rasgos afilados y gesto grave, la mayoría con los ojos cerrados. No pude soportarlo más: arranqué el espejo de la pared dispuesta a sacarlo de la casa, a hacerlo pedazos, a avisar al propietario para que se lo llevase… no sé, cualquier cosa antes de que continuase allí. La desagradable e inquietante sorpresa fue al descubrir la etiqueta pegada en la trasera: “Tanatorio del Buen Reposo” Me faltó tiempo para hacer las maletas. FIN