El HOMBRE DEL TALEGO
Sus arrugas cuentan historias de
pérdidas y ausencias, de penurias y carencia.
Se sienta en un banco, de
espaldas al estanque y pasa horas allí, mano sobre mano, con el talego a su
lado.
Nadie recuerda cuándo apareció
por el parque, tampoco porqué ni en qué momento empezaron los niños a
arremolinarse a su alrededor, quizás fue al observar que sacaba de su
inseparable talego mendrugos de pan que compartía con los gorriones y las
ardillas.
Habla de animales salvajes, de
tierras áridas y oasis quiméricos de días ardientes y noches gélidas cuajadas
de estrellas y los pequeños le escuchan como hipnotizados. El corro aumenta de
día en día y él siempre tiene algún cuento que relatar de viajes y aventuras.
Con los adultos es más esquivo. En
cuanto me acerco sujeta con fuerza su talego y se levanta; parece que tuviese
miedo de que se lo fuese a quitar.
Hasta ahora sólo sé su nombre: Freke. Sospecho que muchas de las cosas que cuenta son experiencias personales porque, a veces, se queda en silencio con la mirada prendida en algún lugar distante, abrazado al morral lleno de mendrugos, como si de un salvavidas se tratase. Y posiblemente así fue.
FIN
(Cuadro de Pedro Cano)