MOMENTOS GOLOSOS
Me gustaba especialmente aquella encantadora pastelería. No solo por las exquisiteces que ofrecía, también me agradaba Rogelio, el dueño del comercio, un viudo maduro, con buena planta. Trataba a su numerosa clientela con esmerada educación, “gracias por su visita”, acostumbraba a decir invariablemente al despedir al comprador de turno.
Yo solía pasar a última hora de la tarde, al salir de misa; había poca gente y podíamos charlar un ratito. Rogelio, conversador ameno y culto, siempre planteaba algún tema interesante que nos entretenía dilatando el momento de la despedida y es que, en realidad, a ninguno nos esperaba nadie en casa.
La noche que ceremoniosamente me pidió relaciones, la despedida fue diferente “gracias por quedarte”, me dijo.
FIN