Pilar

JUSTO CASTIGO Lo mejor sería ir a por el destornillador- escuchó decir a mamá. -Las puertas no se abren así como así- gritó papá, y parecía muy enfadado, aporreando en la madera-. Anda, déjate de herramientas y llama a los bomberos, a la policía… Tendrá cara de ángel, pero este crío es un demonio. ¿Mamá estaba llorando? Le dio un poco de pena a Iñaki disgustarla tanto, pero el jarrón era feo, ¡my feo! Y viejo. Y los dragones que tenía pintados le daban susto. Soñaba que querían llevársele volando y morderle. Iñaki siguió debajo de la cama, jugando con el mechero de papá. -Como siempre dice que soy un demonio…- rezongó enfurruñado- ¿Y no me ha castigado sin salir de mi habitación? Pues eso. FIN
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NAUFRAGIO Me despertó el estertor agónico de mi compañero. Lo siento, dijo sin voz. Te quedas solo. Haz lo que tengas que hacer y reza para que te encuentren rápido. Llevaba dos semanas haciéndolo, desde que el pesquero fue a pique. Encaramado a la barca auxiliar, milagrosamente intacta, di gracias al cielo por mi amigo superviviente. Por mí. Poco duró la alegría, casi tan poco como la comida y el agua que redimimos del mar embravecido. Recé mientras le cerraba los ojos. Mientras le quitaba el pantalón. Mientras me inclinaba y le hincaba los dientes en el muslo exánime. FIN
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 INSTINTO
Aquél sería el primer gesto maternal consciente que recuerdo. Yo tenía siete años cuando mi hermano rompió mi muñeca; le hundió un lado de la cabeza y un ojo. Llorando, la abracé y mecí como mi madre hacía conmigo. No me consolaba saber que me comprarían otra; quería esa, la quería de verdad, y verla lisiada me dolía como si la muñeca pudiese sentir. La suponía humillada, avergonzada de su aspecto y decidí arreglarlo. Mamá tejió un gorro de lana rosa para ella y yo, con un bolígrafo, le dibujé gafas, negras igual a las del ciego que vendía cupones en la puerta del mercado. Mamá dijo: serás buena madre, tienes instinto. Mis hijos creen que lo soy. FIN
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AÑICOS Me costó una depresión restarle tu mitad a mi corazón. Los cajones vacíos seguían llenos de tu perfume. Las perchas huérfanas se apiñaban, como pájaros asustados, en un rincón del armario, ahora demasiado grande para mis trajes. Hasta la casa sentía tu ausencia, sin el calor y el color que imprimías a cada objeto, a cada guiso… La injusta muerte me arrebató tu hermosura, tu juventud y mi capacidad para entregarme a nadie. Mi vida estaba hecha añicos. Me rescató Rosa, tu hermana. Me remendó el corazón con jirones del suyo. A veces, la sorprendo mirándome con los ojos ansiosos del perro entregado que aguarda una caricia. Es doloroso saberse amado y reconocerse incompetente para corresponder. Me pregunto sí Rosa tendrá la fortuna de encontrar a alguien digno de su entrega, alguien que le remiende el corazón que yo la he roto. FIN
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ROJO RABIOSO Me llamo Domingo. Soy uno de los siete hijos de Semana y Mes, el que sale en los calendarios en color rojo. Soy el primero, aunque algunos aseguren que es el lunes, y represento el sol; al igual que él, en algunas culturas me han considerado una jornada sagrada merced al emperador Constantino; cuentan que soñó con el sol y la cruz de Jesús y se convirtió al cristianismo. Me denominó Dominica, que quiere decir día del Señor, dedicado al recogimiento espiritual. Mucho ha cambiado la sociedad y las costumbres. Actualmente ese rito de la misa, que tenía yo en exclusiva, lo comparto con mi hermano Sábado; me fastidia, pero no tanto como la desconsideración que se me tiene en otros aspectos. Antaño, se aguardaba mi llegada con entusiasmo, yo era símbolo de descanso, de ocio, porque hasta la década de los setenta se trabajaban los otros seis días, y en el mío los novios salían a bailar o al cine, las familias se reunían para comer, se organizaban guateques, excursiones al campo, a los ríos si hacía buena temperatura, y en general me celebraban con regocijo. Ahora no; los jóvenes salen a divertirse Viernes y Sábado, algunos hasta en Jueves, y cuando llega mi turno se pasan la mañana en la cama, agotados en el mejor de los casos o con resaca en el peor, y por la tarde tirados en el sillón y protestando porque se acerca Lunes y con él la hora de volver a clase. Los mayores, si se quedan en la ciudad, van a cenar o a algún espectáculo en la noche del sábado, porque en domingo no hay quien salga, dicen con cara de aburrimiento, Lo único que parece interesarles de mi jornada es el partido de fútbol. También se desplazan a las casas que tienen en la sierra y regresan protestando por la circulación, porque han estado parados una eternidad en la carretera, y la entrada a Madrid estaba insufrible… ¿Qué ha sido de aquellas mañanas dominicales en El Retiro amenizadas por la banda municipal? Qué de la hora del aperitivo a la salida de misa, de los jardines colonizados por niños en bicicleta y patines ¿Y las meriendas invernales al calor del brasero, con chocolate y churros jugando al parchís o al Monopoly? Costumbres encantadoras que pasaron a la historia; como la de descansar los días festivos; ahora abren al público los comercios sin importar que el almanaque indique el color rojo. Todo son protestas y reproches para mí, ¡hasta del tiempo me culpan! Durante la semana con un sol radiante y llega el domingo, y llueve; mañana que toca currar seguro que hace buenísimo, despotrican amargados. Yo también lo hago y estoy deseando que pase un segundo de las doce para que mi hermano Lunes me releve, que me deprime tanta bronca y tan poca consideración. Pese a quién pese siempre seguiré siendo rojo, en este momento rojo de rabia. FIN