Pilar

SINE DÍE Me acerco y, en la libreta negra, anoto sus nombres. Huelen a fracaso, a miedo… Sólo miro la mano que recoge el pañuelo rojo que les entrego; algunas temblorosas, otras con teatral desdén. Los apostantes rugen al verlos desfilar. La pistola, oscura y fría cual serpiente mortal, aguarda en el centro de la mesa redonda que ocupan los jugadores. A cada ¡clic! del arma le sigue un suspiro de alivio. Un murmullo de decepción. Cuando se disipa el eco del disparo fatal y del cuerpo al caer, tacho su nombre de la lista. Los ganadores, bulliciosos, se reparten los billetes manchados de sangre. Los supervivientes saludan triunfantes, pero siguen oliendo a fracaso. A miedo aplazado. FIN
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