Pilar

HA VUELTO EL SOL La de los días de lluvia era esa melodía romántica que tanto te gustaba, la del viejo disco que olvidaste en la repisa de tu cuarto; tenías tanta prisa por comerte el mundo… Me acostumbré a escucharla por ser tu preferida, porque todas mis horas eran grises y sosegaba mi dolor, la zozobra por saber dónde, con quién y cómo estarías. Pero el mundo casi te devora a ti, mi niña. Ahora ya ni siquiera los días borrascosos ponemos ese disco; está olvidado en el trastero, arrumbado junto a los objetos atesorados en tu adolescencia. Me abrazas, compungida, cuando te lo cuento, pero enseguida sonríes, sonreímos mientras sigues meciendo la cuna, canturreando, bajito, una nana. FIN
Pilar

UN TRABAJO BIEN HECHO Hasta siempre, Vladimir. Trabajas bien, añadí. Muy bien. Cerré la puerta, abrí el balcón y esperé. Vladimir apareció cargando brochas, latas… Levantó la vista, sonrió al descubrirme, y volví a pensar que parecía un actor cinematográfico. En la calle, las mujeres se giraban a mirarle, quizás fantaseando con lo que ocultaba el mono salpicado de gotas multicolores; una, le abordó. Él asentía sonriente, le tendió una tarjeta y continuó sin prisa. Le perdí de vista cuando el autobús se lo tragó. Mi dormitorio olía a pintura fresca. Alisé las sábanas borrando huellas acusadoras, y decidí que el salón también necesitaba un buen repaso. FIN
Pilar

RECOMPENSA -¡Imbéciles! La escena, habitual, sublevaba a Pedro. Cuatro adolescentes acosaban a David y Santi; éste, aferrado al pictograma que llevaba al cuello, miraba al vacío. El otro se mecía atrás, adelante, con las manos apretadas contra el estómago y profiriendo un quejido monocorde. -¡Tarados!- insistían carcajeándose. Consciente de que le acarrearía una sanción, Pedro tiró de freno y abrió las puertas obligando a los pendencieros a bajar del autobús. David cesó de balancearse, de emitir sonidos. Santi compuso un remedo de sonrisa; Pedro suspiró satisfecho; en un año, era la primera mueca que veía en el semblante ausente del niño. FIN