Pilar
LA CACERÍA … y luego, se fue corriendo -¿Adónde?- pregunté intrigada. -A llamar a la puerta de enfrente. Abrió un tío macizo, un yogurcito; descalzo, con una toalla enrollada a la cintura y las gotas de agua brillándole en el corpachón. -¡Jesús, vaya espectáculo! -Ya te digo. Pues, eso, que Marisa se puso a gritar histérica: ¡una cucaracha, hay una cucaracha en la cocina! El macizo, por lo visto, puso cara de “bichitos a mí” y tal y como estaba salió dispuesto a la cacería. Creo que estuvo media hora larga persiguiendo a la cuqui y Marisa, encaramada en una silla, encantada. Cuando el mozo se la cargó, ella se disculpó: “Perdona. De verdad que lo siento, pero es que me espantan esos bichos. Bueno, todos; soy tan miedosa… Debes ser nuevo en el edificio, nunca te había visto antes…” El caso es que le invitó a tomar algo, para agradecerle el favor. -Para enrollarse con él, quieres decir. Ya me la imagino poniendo ojitos. -Normal, parece que el chico está como para desmayarse. La cuestión es que él dijo que no podía, que en otra ocasión. -Vaya corte. -No creas; ya conoces a Marisa, cuando quiere algo… Hoy he hablado con ella y no podía venir; se le ha metido entre ceja y ceja que tiene un ratoncito en el armario del dormitorio. FIN