TRAPOS SUCIOS
Todo el mundo sabía que era una mujer bala; sus palabras herían, a veces mataban y, sin embargo, su programa alcanzaba las máximas cuotas de audiencia. Siguió defenestrando reputaciones, mutilando vidas y siempre preservando celosamente la suya. La noche que desde el pasado el hombre sin futuro surgió como una sombra, a la mujer bala se le atravesó el proyectil en la garganta y la dejó muda.
FIN
EN EL ÚLTIMO MOMENTO
-¿Cuándo te decidirás? Julio, yo te quiero.
Cuando cerró la puerta me quedé pensando qué habría querido decir con aquellas palabras. Y no era la primera vez que lo preguntaba, pero la coletilla… El tono serio, la mirada profunda, fue lo insólito. ¿Realmente hablaba de amor? Nos conocíamos hacía tres años, cuando empezó a trabajar en la agencia, y sintonizamos rápido. Nos sentímos bien juntos, tenemos gustos afines, me agrada y nos queremos. ¡Por supuesto! De ahí al amor…
Julio abrió la ventana y aguardó hasta que apareció saliendo del portal. Desde la acera alzó la cara y le sopló un beso con la punta de los dedos.
Sospeché que sería el último y me entró pánico.
-¡Vuelve, Luís!- grité decidido.
FIN
ALMA
El coche se detuvo sin motivo al pasar por Magno. La aldea, pura ironía con seis casas ruinosas, no figuraba en el mapa. Deambulé buscando ayuda o cama donde pernoctar, pero el lugar parecía solitario, dormido. Sólo la luna, redonda y sonriente, avivaba las ventanas opacas, las calles desiertas, proyectando sombras inquietantes.
Volví al coche y la vi, tenue y bella, junto al cartel con el nombre del pueblo.
-Te esperaba- dijo tendiéndome las manos-. Soy Alma.
No pronuncié palabra, no pude, Alma enmudeció mi voz y mi mente envolviéndome entre sus brazos posesivos, y la noche invernal se caldeó con nuestra pasión.
El alba, me sorprendió aterido, desorientado y solo; creí haber soñado el encuentro aunque mi piel lo negaba guardando el aroma de la suya a madera perfumada, y en los labios aún perduraba el sabor delicado a frutas maduras de los de Alma.
El coche arrancó y, confuso, abandoné Margo, mas nadie supo darme razón de la joven ni del lugar. Volví a buscar a ambos sin hallarlos, y quise convencerme de que solamente fue un sueño, el cansancio del viaje… pretendí persuadirme, aunque nunca olvidé el inquietante encuentro.
Después de años, hoy, leyéndole a mi hija una leyenda, Alma, bella y misteriosa como la recordaba, me sonreía apoyada en el letrero de Magno desde una ilustración a todo color.
FIN