PON UN CAMBIO EN TU
VIDA
El video era de lo más seductor;
aquellos preciosos cachorros correteando, jugando a perseguirse, a revolcarse
entre las hojas de periódico de su jaula… Mi vida estaba bastante necesitada de
afectos, de algo o alguien a quien entregar mi cariño, a quien ofrecer cuidados
y atenciones. Soy traductora, trabajo para una editorial, habitualmente en
casa, lo que significa que no tengo horario, o mejor dicho, tengo todas las
horas para dedicarme a mi ocupación en bata y zapatillas, nefasta costumbre
para fomentar la desidia y reñida con las relaciones sociales.
Decidí que podía adoptar uno de
los gatitos y me apresuré a ir a la dirección que indicaba. Era un chalet
adosado en una moderna urbanización; me recibió Julio, un hombre de aspecto
agradable, escoltado en todo momento por un perro enorme y con pinta de
bonachón. Enseguida me condujo al garaje de la vivienda y allí estaban los cuatro
mininos huérfanos. Dormían amontonados pero se despabilaron rápido en cuanto
los llamamos, aunque no se dejaban tocar. Parecían muy temerosos. Yo tendí la
mano y uno de ellos se acercó cauteloso; era el más esmirriado, algo pelujoso y
el que menos me gustaba, pero me miró de una manera… como suplicando que lo
eligiera.
No terminaba de decidirme; me habría
quedado con todos, pero mi minúsculo apartamento daba para poco.
Ayudé a Julio a darle a los
mininos el biberón, y luego me invitó a un café; dijo que no había porqué
precipitarse, que lo pensará tranquilamente y que podía volver cuando quisiera.
Charlamos toda la tarde y fuimos contándonos detalles de nuestra vida; Descubrimos
que teníamos bastantes cosas en común: Julio es publicista, habitualmente
trabaja en casa y le encantan los animales. Son mi familia, dijo, ellos me
hacen compañía; soy tímido, poco sociable…
He vuelto, una vez y otra, y otra...
Los cachorros continúan creciendo, están monísimos. Y sigo sin decidirme a
elegir uno; parece que han cambiado las tornas y la adoptada he sido yo y, la
verdad, es que estamos todos encantados.
FIN