A
VISTA DE PÁJARO
Aparecen de noche por la
esquina de la calle intentando controlar a sus perros, que casi los arrastran a
fuerza de tirar de las correas. Me gusta observarlos desde la ventana, no por
curiosear, sino por ver los alegres jugueteos de los animales brincando y
olisqueándose. Los dueños hablan, seguramente
comentando las incidencias del día, se ríen y caminan del brazo arriba y abajo en
la plaza, sin perder de vista a sus mascotas. Me gusta observarlos porque
cierta noche, desde mi ventana, asistí a su primer encuentro. Un encuentro
bastante accidentado, por cierto: sus respectivos perros, entonces cachorros,
se enredaron con las correas a las piernas de la mujer, que cayó al suelo; el
golpe fue bastante fuerte, tanto que quedó tendida, inmóvil. El hombre le daba
golpecitos en las mejillas para reanimarla, miraba a todas partes buscando
ayuda; no fue necesario, ella se repuso y él la ayudó a sentarse en el
encintado hasta que, al parecer, se le pasaron el mareo y el susto; después,
solícito, la acompañó. Posteriormente y al charlar con la panadera me enteré de
que ella era soltera, solterona, en realidad, que vivía sola con su perro, un
gato y dos periquitos. Él, viudo, un jubilado de buen ver y mejor pasar.
He seguido noche a
noche el desarrollo de su amistad, como en la película esa del Show de Truman pero a diferencia del
final de Truman que logra liberarse, la soltera y el viudo han ligado. Los perros
también y vuelven a tener cachorros.
FIN