Pilar
RENACER DE LAS CENIZAS La vetusta biblioteca se consumía. Luisa se recostó en la pared para soportar tanta tristeza, el espanto del fuego escapando por las cristaleras astilladas lamiendo la fachada, devorando aleros… Los muros se desmoronaban, igual que su esperanza de poder salvar algún libro. La obra que su abuelo, maestro y lector insaciable, recopiló con tanto amor, que era el orgullo de la familia, del pueblo al que la había donado, ardía sin remisión. Las lágrimas le surcaban el rostro tiznado y, aunque ya todo estaba perdido, amontonado en cenizas humeantes, no tenía fuerzas para alejarse. Sintió que una mano le tocaba en el brazo y descubrió a un niño que, tímidamente, le tendía un cuento manoseado, después fue una joven, una pareja, un anciano… Todos depositaban a sus pies libros y más libros, de historia, de aventuras, infantiles… Luisa continuaba llorando, pero sus lágrimas ahora eran de alegría y esperanza reverdecida. FIN