Pilar
ALMA
El coche se detuvo sin motivo al pasar por Magno. La aldea, pura ironía con seis casas ruinosas, no figuraba en el mapa. Deambulé buscando ayuda o cama donde pernoctar, pero el lugar parecía solitario, dormido. Sólo la luna, redonda y sonriente, avivaba las ventanas opacas, las calles desiertas, proyectando sombras inquietantes. Volví al coche y la vi, tenue y bella, junto al cartel con el nombre del pueblo. -Te esperaba- dijo tendiéndome las manos-. Soy Alma. No pronuncié palabra, no pude, Alma enmudeció mi voz y mi mente envolviéndome entre sus brazos posesivos, y la noche invernal se caldeó con nuestra pasión. El alba, me sorprendió aterido, desorientado y solo; creí haber soñado el encuentro aunque mi piel lo negaba guardando el aroma de la suya a madera perfumada, y en los labios aún perduraba el sabor delicado a frutas maduras de los de Alma. El coche arrancó y, confuso, abandoné Margo, mas nadie supo darme razón de la joven ni del lugar. Volví a buscar a ambos sin hallarlos, y quise convencerme de que solamente fue un sueño, el cansancio del viaje… pretendí persuadirme, aunque nunca olvidé el inquietante encuentro. Después de años, hoy, leyéndole a mi hija una leyenda, Alma, bella y misteriosa como la recordaba, me sonreía apoyada en el letrero de Magno desde una ilustración a todo color. FIN
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