¿POR
QUÉ A LOS CARACOLES LES GUSTA LA NAVIDAD?
Rosendo, Elvira y su numerosa familia
viven en un pequeño cementerio; está próximo a la iglesia y ellos se han ido
acomodando en las vallas circundantes. Llegaron allí entre unos manojos de
acelgas y decidieron quedarse; el lugar es tranquilo, fresquito en verano y
soleado en invierno. Tienen cerca una hermosa huerta que cuida el tío
Frascasio, el sacristán, y comida no les falta. Pero, a pesar de esas ventajas,
los caracoles no son felices: casi todo el tiempo se aburren. Se encaraman a lo
alto de la valla para ver lo que pasa por el pueblo, pero de poco se enteran
por mucho que estiren los cuernos y abran los ojillos. Se tienen que conformar
con ver pastar a las vacas y a las ovejas, que por cierto parecen bobas y son
un peñazo, ¡pero es lo que tienen más a mano!
En noviembre, el día de difuntos, hay
más jaleo en el cementerio, visitas sí, algunas flores muy sabrosas para variar
el menú, pero diversiones y alegría… Hasta cuando tocan las campanas suenan
tristes. Por eso lo que más le gusta a Rosendo
y su prole es la época de las Navidades.
Es estupendo el ir y venir de la gente,
el bullicio que se siente en la calle. Ni siquiera necesitan estirar los
cuernitos para ver lo que pasa en el pueblo porque las luces brillan en las
ventanas y en los árboles decorados con bolas, bombillas y tiras de colores.
En Navidad la iglesia está abierta mucho
más tiempo. Suena música, los niños cantan acompañados de panderetas y
zambombas. ¡Hasta por la noche hay misa! Una bendición. Pero eso no es lo
mejor, lo mejor, es que, aprovechando el trajín de la feria, los parientes que
viven en las huertas vecinas se meten entre las hojas de lechuga y de las
berzas que llevan al mercado y van a visitarlos. Intercambian regalos, se cuentan noticias y novedades, cantan y bailan...
¡Y eso sí que es una fiesta!
FIN