Pilar

CARA A CARA ¿Te acuerdas de mí? En absoluto; ni siquiera lo intente. ¡Tantas mujeres habían pasado por mis manos! Apenas me fijaba en la cara; no era, precisamente, lo que me interesaba de ellas. Esta no estaba mal, mustia; olía a hembra necesitada de un macho que le alegrase la noche. Y yo estaba loco por pillar carne; el mes en la trena pareció un siglo. Me acerqué haciendo como que quería echarle un vistazo más de cerca. Ella retrocedió hasta quedar apoyada en la pared, con las manos en los bolsillos. Igual pensaba que la iba a robar… ¡Imbécil! Yo hice lo propio y empuñe el destornillador. ¿De verdad no te acuerdas? ¡Qué plasta, la tía! Pronto iba a dejar de preguntar. Di unos pasos más y… El empellón me pilló a contrapié, me cortó el resuello y salí despedido; igual que el destornillador, que rodó hasta los zapatos de la zorra salvaje. Quedé tirado en el suelo, mareado. Cuando sentí el pinchazo en la entrepierna supe que la conocía, aunque no me hubiese fijase en su cara. Ella si lo hizo. FIN
Pilar

LA LLAMADA DE LA VIDA El rugido del mar embravecido salva el muro que me rodea imponiéndose al silencio que entolda, habitualmente, el recinto monacal. Cierro el breviario incapaz de centrarme en la obligada lectura; aspiro el viento salobre que me hace evocar el azul Mediterráneo, su belleza lujuriosa... Siento que ya le he perdonado. La apremiante necesidad de contemplarlo me empuja a abandonar lo que desde hace dos años es mi mundo; lo elegí libre, conscientemente, a sabiendas de qué me exigía, qué dejaba: un paisaje ocre, olor a algas y alquitrán, tempestad traicionera, aguacero encrespado lacerando barcas pesqueras, la cristalera empañada de una cafetería con aroma a chocolate… Y la espera infructuosa, y la brutal noticia, y el llanto, y el luto. Los días desolados alcanzaron el invierno que trajo, en sus manos escarchadas, mi decisión de profesar en clausura. He sido una novicia sumisa y, hasta esta noche, no pretendía más que armonía, paz interior. Algo se ha rebelado en mí; me descubro incompleta y anhelo compartir el amor más allá de la mera espiritualidad. Mantengo a raya un deseo que el mar frustró: ser madre, darme a alguien físico y tangible, derramar la ternura que albergo. ¡Qué mejor que un hijo para hacerlo realidad! Puedo retomar mi vida, volver a la docencia, a enamorarme… También, de nuevo, sentirme defraudada, atormentada con tanta incertidumbre que impera más allá de estos muros protectores. Pero veo con claridad que es una cobardía esconderse tras ellos, enterrar mi dolor laborando una huerta, mi lozanía entre las páginas de un devocionario, mis inquietudes y anhelos bajo llave en lo más recóndito de mi mente. Ahora me siento con fuerzas renovadas para arrostrar lo negativo. Y hay tanto positivo… Reverenda Madre Superiora: Le extrañará mi marcha tan intempestiva, tan insospechada, pero anoche escuche el mar, percibí su aroma y sentí su llamada. Antaño me arrebató el amor, me apartó del mundo, hoy me instiga a volver a él. FIN
Pilar
LA CACERÍA … y luego, se fue corriendo -¿Adónde?- pregunté intrigada. -A llamar a la puerta de enfrente. Abrió un tío macizo, un yogurcito; descalzo, con una toalla enrollada a la cintura y las gotas de agua brillándole en el corpachón. -¡Jesús, vaya espectáculo! -Ya te digo. Pues, eso, que Marisa se puso a gritar histérica: ¡una cucaracha, hay una cucaracha en la cocina! El macizo, por lo visto, puso cara de “bichitos a mí” y tal y como estaba salió dispuesto a la cacería. Creo que estuvo media hora larga persiguiendo a la cuqui y Marisa, encaramada en una silla, encantada. Cuando el mozo se la cargó, ella se disculpó: “Perdona. De verdad que lo siento, pero es que me espantan esos bichos. Bueno, todos; soy tan miedosa… Debes ser nuevo en el edificio, nunca te había visto antes…” El caso es que le invitó a tomar algo, para agradecerle el favor. -Para enrollarse con él, quieres decir. Ya me la imagino poniendo ojitos. -Normal, parece que el chico está como para desmayarse. La cuestión es que él dijo que no podía, que en otra ocasión. -Vaya corte. -No creas; ya conoces a Marisa, cuando quiere algo… Hoy he hablado con ella y no podía venir; se le ha metido entre ceja y ceja que tiene un ratoncito en el armario del dormitorio. FIN