LOS MEJORES
No era fácil cumplir las bases del concurso; meter en diez líneas palabras
como melocotones, paraíso, meridiano o ataúdes se me antojaba misión imposible.
Entre mis amigos de la tertulia literaria, amantes de la escritura con
doce publicaciones en el mercado, debatimos cómo enfocarlo, pero tendríamos que
ser muy ciegos para no reconocer que quien fuese capaz de hacerlo y que el
texto tuviera cierto sentido, será un héroe.
Soy una mujer sentimental y el relato ganador, seleccionado entre los
mejores que se han presentado, me ha emocionado: no le falta ni le sobra una
letra. ¡Ah! Y lo firma una heroína.
FIN
SIN ELLA
Relumbran los
restos de lluvia en los adoquines, en las hojas de los árboles mecidas por la
brisa húmeda, como llanto manso resbalando en las cristaleras. No me importa
mojarme, no voy a ninguna parte, mi
invierno apenas encuentra razones para seguir adelante. Vivo de recuerdos,
recuerdos atesorados: la plata de sus cabellos, la curva tibia de su cuello…
Los ojos azules, inteligentes y espejados, iluminaban todo cuanto miraba.
Así me sentí yo
cuando la conocí, mi mundo de solterón taciturno y gris se coloreó de repente.
Lucia era
hermosa y dulce, fascinante y sutil. De su mano descubrí el placer de pasear
sin prisa y me arrastró a la alegría de compartir su mundo, hasta que una
invisible tela de araña la fue envolviendo en el olvido, despojándola de las palabras.
Poco a poco pasé a ser para ella un desconocido, nosotros, ¡qué tanto y tan
bien nos conocíamos!
A veces siento
como si hubiese vivido esos breves momentos en otro tiempo, otra dimensión
lejana y onírica.
Sin ella ya no
espero nada. Vuelvo a tener desalquilado el corazón.
FIN
CRÓNICA DE
UNA INFAMIA
Felipe sintió un temblor; de sus
labios helados apenas salieron palabras cuando vio a la mujer: era Vanesa.
Se le antojó un espejismo, una cruel jugada del tiempo. ¿Dónde había estado? ¿Qué
la impulsó a esconderse y permitir que le acusasen?
Tres
años han pasado. El “Meridiano” publicó durante semanas noticias
sobre la inexplicable desaparición de la joven en el edificio Girasoles.
“Apenas se atenían a los hechos y terminó
siendo un culebrón. Lo único cierto es que éramos vecinos, que se le escapó el
agua y la ayudé a recogerla. De ahí las huellas en su piso. ¿Pero amantes?
Aquellas sospechas me arruinaron la vida, perdí trabajo, amigos…”
Emboscado, Felipe aprovechó que el semáforo cambiaba
de rojo a verde para empujarla.
Frenazos, gritos y la gente se arremolinó en
torno a ella. Él volvió a tumbarse en sus cartones. Nadie repara en un obscuro indigente.
FIN