Pilar







                           
OJALÁ QUE LLUEVA

Vivo en un edificio añejo, en el piso quince. Son apartamentos pequeños, con un alquiler asequible; la mayoría de vecinos somos gente joven, estudiantes y trabajadores con sueldos basura. El dueño del inmueble es un tacaño, no arregla nada; hay humedades, las cañerías se atascan… Tan roñoso es que tiene clausurado el ascensor y solo sube hasta la séptima planta; dice que los engranajes se desgastan y que el gasto de luz es excesivo.
Para remate tenemos un conserje que es un desastre: vago y bastante espeso; supongo que el casero le pagará una miseria, pero eso no quita para que haga su trabajo. La escalera, del séptimo hasta el quince, la barre de higos a brevas; no puedo subir andando, que tengo reuma, replica si alguien protesta. Solo sube arriba cuando llueve; ha encontrado un truco para poner en funcionamiento el ascensor. Que me ponen las escaleras perdidas y tengo que darme la paliza, refunfuña, así, al menos, solo hay que pasar la fregona en la cabina; ¡cómo si limpiase mucho otros días!
En vista de que la sequía es cada vez más pertinaz, los vecinos de los pisos altos hemos tenido una reunión para sobornarle; de momento no traga, pero si aumentamos la apuesta…

                                                         FIN


Pilar





CARUSO

Cuando llegó encontró la puerta abierta.  La jaula vacía. 
Garabato, enroscado en su cojín, ronroneaba satisfecho.
FIN

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Pilar






MI AMIGO INVISIBLE


Le pregunté si podía quedarme con su canica; me gustaba la azul con rayas amarillas, la más gorda; rodaba muy bien y siempre ganaba a todas las demás. No quiso dármela. Se la cambiaba por cinco de las mías. Por ocho. Le daba hasta la de plata. No quiso. No es de plata, dijo. Entonces le empujé. Le empujé fuerte. Mucho.
Ahora juego solo. Y nunca saco la canica azul con rayas amarillas; a veces desaparece.

                                                         FIN