
NO SOMOS PERFECTAS
Nuria
estiró la colcha y acabó de recoger la habitación. No soporto su actitud de
víctima, me crispa los nervios, murmuró.
De camino al baño se
asomó al dormitorio de Silvia, estaba sentada en la cama, todavía en pijama,
cabizbaja, como una niña enfurruñada. Cuando levantó la cabeza, las lágrimas le
brillaban en las pestañas. Sabía que si la abrazada, el incipiente llanto se
convertiría en un torrente. Era la historia de siempre, igual que cuando eran pequeñas.
—Tampoco es para ponerse así —dijo pacificadora.
—¿Acaso crees que tú
eres perfecta? —Silvia se enjugó la cara y
pasó de estar abatida a estirarse retadora.
—No, no lo soy, pero al
menos lo intento. —Replicó Nuria— No es tanto
pedir que seas más ordenada; con este apartamento tan pequeño es fundamental,
llega un momento que no podemos ni movernos.
—Pues
querida amiga, tu eres insoportable, una dictadora, ocúpate de tus cosas y deja que yo me
organice como quiera.
—¿Qué
dices? Si para acostarte necesitas quitar antes medio armario que tienes por
ahí tirado. Y por mí, que te coma la mierda en tu cuarto pero en el resto de la
casa yo también estoy y no quiero vivir así.
Era la discusión diaria
y no tenía solución. Después de tantos años seguían sin acostumbrarse a ciertos
rasgos del carácter de cada una.
Terminaron de
arreglarse empecinadas en un silencio incómodo, que rompió el reloj con ocho
campanadas.
No se miraron mientras
bajaban en el ascensor; al llegar a la calle Silvia, sin decir ni una palabra, echó
a andar por el camino inverso al habitual. Apretó el paso y ni se molestó en despedirse.
No puedo con ella; está
obsesionada con el orden y se pone de lo más borde, dando lecciones, siempre ha
sido así desde que la conozco y con los años, empeora.
Cuando regresó del
trabajo Nuria ya había llegado y trajinaba en la cocina.
—Silvia, llegas tarde, estaba
preocupada.
—Lo siento.
He pasado
por la tienda del gourmet y he traído un poco de salmón, queso y ese paté tan
bueno que te encanta.
—Nos vamos a poner
moradas porque yo he comprado bocaditos de nata y profiteroles.
—Qué ricos,
¡cómo me conoces!
—Y tú a mí —dijo
Nuria guiñándole un ojo.
FIN