UN
REGALO INESPERADO
La soledad es mala
consejera. Me empujaba a hacer tonterías: dejaba de tomar mis medicamentos de
la tensión o de la ansiedad solo para provocarme una crisis y que Rosa, mi
sobrina y único familiar, se acercase a verme, o a pasar algún fin de semana
conmigo. Entonces se me curaban todos los males, salía a la compra y guisaba en
lugar de alimentarme de sopas de sobre, croquetas congeladas, tortillas
francesas y jamón de york. Hasta ponía flores en la mesa para alegrar la salita.
Cuando Rosa me anunció
que se casaba, un abismo se abrió a mis pies. Ya no tendría tiempo para mí, se
terminarían los fines de semana juntas… Nada de eso sucedió, no se desentendió
y ha seguido igual de atenta; también Alfonso, su marido, un hombre trabajador
y cariñoso.
Y cómo son las cosas, ahora es ella la que me necesita: todos los
días cuido a Rosita, tiene once meses y ya empieza a dar pasitos; es un encanto
de niña.
No he vuelto a tomar pastillas para la ansiedad y hasta me ha bajado
la tensión. La vida me ha hecho un regalo, un regalo inesperado y precioso.
FIN