LA
CASUALIDAD LLEVA EL NÚMERO 5
El destino juega con nosotros, a veces a
favor y otras la fatalidad interviene para cambiar nuestro sino; así le sucedió
a Amelia, mi hija. No acostumbraba a viajar en el autobús de la línea 5, pero
aquella noche fatídica por alguna razón lo hizo; nunca sabremos lo que la llevó
a cambiar la rutina: salir de la academia de inglés a las nueve, tomar con los
compañeros un pincho, bajar al metro para llegar a casa a la hora de
cenar… El caso es que lo hizo y aquél
malnacido se cruzó en su camino. Ella fue la primera víctima del que se ganó el
aborrecible alias de “depredador de la línea 5.”
Valentín Urraca nunca raptaba a las
chicas en la misma parada, pero sí en algún punto del itinerario del bus y
cuando la elegida se apeaba él la seguía, la amenazaba con un cuchillo
obligándola a meterse en un portal o cualquier rincón discreto. Lo contó sin un
ápice de remordimiento durante el juicio y no escatimó detalles escabrosos al
referir la violación y el posterior navajazo mortal.
Detenerle fue pura casualidad, otra vez
el destino; su quinta elegida era una profesora de artes marciales, experta en
defensa y lucha cuerpo a cuerpo y el sometido resultó ser él; en el colmo del
descaro pretendió denunciarla por agresión, pero las pruebas contra Urraca eran
demoledoras: el arma, el ADN, objetos de las víctimas… La condena pretendía ser
ejemplarizante: treinta años.
Pero la justicia no es la ley, y una
nueva jugarreta del destino le ha puesto en la calle tras cumplir ocho años de
prisión. Para los familiares de las asesinadas ha sido una puñalada directa al
corazón que nos ha arrebatado el pírrico consuelo que suponía saberle apartado
de la sociedad, que mujeres como mi hija estaban a salvo de un desalmado
depredador.
Y el azar ha querido que me haya topado
con él; yo iba distraído mirando el reloj de la iglesia cercana que ha tocado
cinco campanadas, cinco campaneos como aldabonazos. El asesino violador ha
salido de un bar; nos hemos quedado frente a frente tan cerca que he podido
oler su aliento a anís, el humo del cigarrillo que lleva en la mano, el tufo a
fritanga que se desprende de su ropa… Han sido unos segundos eternos,
tensos. No sé lo qué ha visto en mi cara
Urraca, puede que sorpresa, temor, angustia… seguro que odio y rabia, una furia
amarga que me retuerce las entrañas, que me corta la respiración... Aprieto los
dientes y las manos, como si tuvieran vida propia, se crispan acercándose al
cuello del asesino. Valentín empieza a retroceder y, de repente, echa a correr;
vuelve la cabeza, riéndose, y me hace un corte de mangas mientras cruza la
calle. Por la esquina aparece el autobús, el 5. El atropello es brutal.
El reloj de la iglesia marca las cinco y
cinco. Definitivamente el destino juega con nosotros, en esta ocasión a favor.
FIN
No creo en la casualidad, pero me ha gustado este cuento, en el que el numero cinco tiene un papel importante, es como otro personaje. Esta bien el final, precisamente el mismo número de autobús. My bien Ángela.
Buen relato, Pilar, con un estupendo final. Ese autobús número 5 ha sido vital. Besos