EL
BOTONES
Ya de lejos, antes
siquiera de que nos presentasen, Lucía Quiroga, la nueva directora, empezó a
caerme mal. Llegaba con aires de reina,
rodeada de una cohorte de admiradores que la adulaban buscando una mirada, una sonrisa,
un gesto que indicase que había reparado en él pelota de turno. Era vergonzoso ver a todos los empleados de
la oficina compitiendo a brazo partido para proclamar su buen hacer, su capacidad y experiencia…
Yo, con mi
uniforme impecable, los botones de la chaquetilla más relucientes que nunca y
el gorro en la mano, permanecía
respetuosamente en mi puesto, observando, tomando nota mental de los lame
culos:
A la cabeza, Juan,
el contable, seguro que acababa deslomado de tanta reverencia. A Cosme,
guaperas oficial de la empresa, se le
iban a constipar los ojos y a caer las pestañas de tanto abanicarlas para
lucirse. Hasta a Petrita, la oronda y
canosa secretaria, seguramente se le oxidarían
los pendientes y los empastes de tanta sonrisa como lucía. Y lo de
Nemesio, el temible jefe de recursos humanos, ya era de vergüenza su servilismo
y baboseo.
Pasaron ante mí en
tropel, sin dedicarme ni un “buenos días.”
De acuerdo, me dije, Ángelito, la hora del café no está lejos y hoy me
parece que a más de uno se le va a amargar la mañana: un empujoncito aquí, un
descuido allá…
FIN
Los que hemos sido Botones en la vida real (Yo lo fui de un Banco, a los 14 años) sabemos mucho de todo esto, aunque Jefes y Pelotas los hay en todos los ámbitos, no sólo en el profesional.Bien escrito, Pilar, como siempre.
Este Botones, Pilar, me resulta un poquito tétrico con uss malas intenciones. Aunque, está claro, los pelotas y babosos merecen eso y mucho más. Un placer volver a leerte. Besos.
A veces no nos damos cuenta de la importancia que tienen a los que consideramos seres anónimos. ¡Lo que cunde el servilismo!
Muy bien.
Un abrazo.
javier