A Emilio, Josete y Pedrín les gustaban los juegos peligros. El preferido
era meterse con Toñito. Se aprovechaban de él por ser carne de colleja, el
pequeño del grupo, de constitución esmirriada y carácter medroso.
Lo mismo le desnudaban para tirarle a un estanque, que le obligaban a que
los acompañase a colarse en una casa vacía para hacer algún estropicio. Otro de
sus retos preferidos era saltar de balcón a balcón y, por supuesto, invariablemente
el primero en hacerlo era Toñito.
También les divertía obligarle a que les hiciera los deberes, so pena de
quitarle los libros y romperle los cuadernos.
Jugar por las alcantarillas le causaban terror a Toñito y sus “amigos” disfrutaban
viéndole angustiado. La tarde que le encerraron en un almacén abandonado,
rodeado de tinieblas, de ruidos inquietantes, de ratas, Toñito tocó fondo.
Cuando le rescataron estaba enajenado, tanto que tuvieron que internarle.
Los largos meses que pasó en manos de psicólogos y psiquiatras le
cambiaron; cuando volvió a casa era otra persona: decidido, seguro de sí mismo…
Lo primero que hizo fue buscar a Pedro, Emilio y Jose para retarlos; le daba igual
la prueba que le sugirieran, cuanto más arriesgadas mejor: ¿pasar una noche en
el cementerio tumbando cruces?, sin problemas. Robar un coche y circular por
una autopista en sentido contrario, pan comido.
“Vaya, vaya. A Toñito le gustan los juegos peligrosos, y cada vez más.
Desde ahora tendremos que llamarte Antonio. Te lo has ganado” Le felicitaban
los colegas. Él se dejaba elogiar mientras esperaba su momento.
Y el momento llegó cuando Antonio descubrió una finca aislada; propuso a los
chicos una exploración descendiendo al pozo seco que había junto a una
empalizada. Todos acogieron el plan, encantados, y puesto que la idea fue suya
sería el último en bajar. Anochecía cuando quitaron el candado, abrieron la
tapa y desplegaron la escala de cuerdas.
-¿Todo bien?- Preguntó Antonio desde el brocal.
No esperó la respuesta. Recuperó la escalerilla y encajó la tapa.
Apagó la linterna, no la necesitaba, la cara redonda de la luna parecía
sonreírle.
FIN
Ay, ay. Que críos tan malitos. Esta muy bien Ángela