DESPEDIDA MORTAL
Llevo dos días muerto. Cualquiera diría que es de
locos pensar si un trozo de papel con cuatro líneas puede matar a alguien.
Error. ¿Y si la nota está impregnada de una sustancia tóxica? O te convoca a
una trampa letal. Ninguno de estos supuestos han sido los culpables de mi
muerte. El autor de mi asesinato se llama Javier y no ha necesitado armas, ni
veneno, ni simular un accidente… Lo ha hecho con un bolígrafo. ¡Un vulgar
bolígrafo de tinta negra! Y no es porque me lo haya clavado en el corazón; me
ha fulminado con el mensaje que recibí anteayer.
Alfonso, ¿Te acuerdas de Rubén? Me voy con él a
Buenos Aires. Siempre guardaré un maravilloso recuerdo de nuestra relación.
Incapaz de moverme, de reaccionar, de asumirlo, cada
palabra era un clavo hincado en mi ataúd. No pude seguir leyendo; hice una bola
con el papel y lo tiré a la basura.
Y claro que me acordaba de Rubén, un exitoso
empresario cincuentón, atractivo y mundano, con don de gentes y un impresionante
deportivo amarillo.
Y yo qué iba a recordar de Javier ¿al atento y guapo chaval
que me servía el ging tonic y un platillo con cacahuetes? O cuando nos quedamos
charlando al cerrar el bar. Ahí empezó todo; aquella noche yo estaba muy cansado,
disgustado por un grave contratiempo en la oficina… Javier me escuchó y hasta
me hizo reír. Solía esperarle cuando acababa su turno, me acompañaba hasta casa
y una cosa llevo a otra. Dos años plenos de amistad, compenetración, abrazos… Y
ahora, con unas pocas letras, terminan sepultados en el más negro abandono.
He recuperado la nota arrugada. Hay una posdata que
había dejado sin leer.
P.D. Le he dado tu móvil a Leo, el morenazo cubano que
conocimos en Ibiza. Un clavo saca otro clavo.
FIN
Pues si, siempre hay que mantener la esperanza y la ilusión